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20 de diciembre 2019

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Reconstruyendo a Steve Jobs o “El moderno Prometeo”

Elena Barreiro Alonso - Psicóloga H. Sanitaria - Experta en Coaching

Miles de textos, cientos de escuelas de negocios y decenas de métodos empresariales, todos ellos tratando de encontrar la “piedra filosofal” para crear un nuevo Apple, Google, Facebook o Inditex y ni uno solo lo consigue.
La gran mayoría de estos genios son “outsiders” del sistema, o no han estudiado nunca (Thomas A. Edison, A. Ortega…) o han escapado de los cauces oficiales de conocimiento tan pronto como fueron conscientes de la inutilidad de este (S.Jobs, B.Gates, M. Zuckerberg...). Y no cometamos el error de confundir creador con gestor ya que esto último es lo que fabrican como churros las escuelas de negocios.

Un rascacielos construido en el medio de arenas movedizas lo podría gestionar cualquier agencia inmobiliaria con empleados que aprendieron en unos pocos años las técnicas regladas que se utilizan desde siempre, pues no es más que vender o alquilar una propiedad; pero es seguro que quien pueda imaginar un edificio en un sitio tan imposible —y lo lleve a cabo— no sacará la idea de ninguna escuela de negocios, y al arquitecto que lo construya no le habrán enseñado cómo hacer realidad tal locura en ninguna escuela técnica.

Pablo Isla, uno de los mejores CEOs del mundo, es en realidad un gestor de una creación en la que no tuvo ni arte ni parte. Si no fuese él, habría sido otro el elegido para hacer el trabajo de gestión, pero si no hubiese nacido Amancio Ortega, Inditex no existiría. Ortega es Inditex, no tiene sustituto. Es por esta certeza diáfanamente evidente y fácilmente demostrable por lo que creo que el enfoque del estudio de “el éxito” debe realizarse desde el ámbito psicológico y en absoluto desde el técnico-académico.

Estamos intentando crear, como si fuésemos un moderno Prometeo, un Frankenstein con aquellas piezas que han funcionado en empresas de éxito.

Recopilar un conocimiento disperso, impreciso, difícilmente clasificable, irreproducible e intentar enseñarlo, es una labor tan estéril como escribir un libro con el dedo. Es evidente que la demanda social para encontrar el método existe y ante una demanda siempre aparece una oferta. Y me parece bien, pero mi pregunta es esta: ¿está bien enfocado el asunto? No es una cuestión de organizaciones, de eficacia, de personal adecuado, de imaginación. Reformulemos la cuestión: ¿se puede “fabricar” una persona de éxito?
El enfoque de mi búsqueda no girará sobre metodologías o esquemas exitosos. Lo que pretendo averiguar es: ¿qué tienen en común Steve Jobs y Amancio Ortega?

La suerte, entendida como todo aquello que escapa a nuestra influencia pero que acaba afectándonos (una maceta que cae desde una ventana y nos golpea, un billete que vuela por el aire y acaba a nuestros pies…), claro que tiene influencia en nuestra vida, pero yo quiero centrarme en lo nuclear: ¿hubiera tenido éxito Steve Jobs si no hubiera conocido a Steve Wozniak?, ¿y si no se hubiera fijado en él la primera empresa que puso el capital semilla? ¿Hubiera tenido el mismo éxito Amancio Ortega si no hubiese trabajado de dependiente en una pequeña tienda de ropa en La Coruña? ¿Cómo ve la gente exitosa el mundo?, ¿lo ve diferente del resto?, y si es así, ¿por qué?

Empecemos por el principio. ¿Por qué pasamos gran parte de nuestra niñez, infancia, juventud e incluso madurez aprendiendo cosas inútiles? Y en este punto nadie puede argumentar que yo denuesto las ciencias o las letras, ya que tengo formación en ambas áreas. Puedo tanto resolver una ecuación logarítmica, calcular el impacto de un tiro parabólico o hallar el pH de un ácido débil, como manejarme con soltura en Literatura o Filosofía y soy capaz de decir, por lo menos, un par de películas de cualquier director clásico (incluido el cine mudo). Me gusta tanto escuchar a Bach o Vivaldi como a Jim Croce, B.B. King, The Eagles o Led Zeppelin (según tenga el día). ¿Y qué? Esto puede hacerme “culta”, buena conversadora, etc., pero yo no soy como Jobs ni como Ortega.

Primer punto. Los sistemas de enseñanza predominante en todos los países occidentales están llenos de contenidos inútiles y atrasados y están planificados al revés de las necesidades e intereses del individuo. Se estudia una Matemática inaplicable para la mayoría de las personas durante su vida, una Física que sigue siendo la del siglo XVIII, se hacen análisis sintácticos que podemos constatar que no sirven de nada ya que, en los textos periodísticos, los redactores ni siquiera colocan el verbo al principio de una oración interrogativa, se obliga a leer “El cantar del Mio Cid” a alguien que comete faltas de ortografía. ¿De qué le sirve resolver un sistema de ecuaciones lineales por tres métodos diferentes a un peón de la construcción? Lo que le habría sido útil sería que le hubieran enseñado —ya en primaria— a poner a nivel dos objetos sin un nivelador de albañil (aprovechando los principios de la hidrostática) o a darse cuenta de cómo puede estar perdiendo dinero con un producto financiero que le aconsejó su banco cuando a la rentabilidad de este se le resta la inflación (¿alguien lo aprendió en la escuela?).

Cuántas cosas inútiles nos enseñan y cuántas prácticas dejamos de aprender mientras nuestro cerebro se moldea con métodos que ya no sirven. Se obliga al alumno a estructurar su cerebro de manera planificada, arcaica e igualitaria en un momento en el que este es tan moldeable como el barro. Esta situación no se vuelve a repetir jamás en nuestra vida. Y después, cuando el daño es irreparable, se confunde inteligencia con imaginación o preparación técnica con habilidad y se valoran nuestras capacidades intelectuales con pruebas que se han diseñado sin tener en cuenta la influencia que todo ello ha tenido en nuestra formación.

Y ahora que todo parece tan negro como un túnel sin fin, conforme caminamos a tientas, tambaleantes y temerosos, aparece una luz al fondo y ese faro en la niebla, esa Estrella Polar, estoy convencida de que la ha encendido Internet.
Yo definiría la red como la gran biblioteca mundial. Todo el saber acumulado por la humanidad a lo largo de milenios al alcance de unos clics. Alguien interesado en un tema podría formarse en profundidad con la información disponible en ella, desde cero y a coste nulo.
El problema es que los Ministerios de Educación no reconoce este autoaprendizaje. Pero ¿y si se empezase a poner en valor esta formación ecléctica y no curricular? ¿Quién sería ese loco al que le valiese tal formación no certificada? ¿Qué les parece Google, Facebook, Amazon, o sus equivalentes que están ahora en fase fetal?
Realmente, ¿Por qué puede tener más valor para Tesla que en un currículum figure un título de Ingeniería que el hecho de que la persona que está entrevistando tenga 16 años si ha tenido la habilidad de construir una silla automática de oficina con las piezas de su garaje y un par de ideas de Youtube?
El mal que le haya hecho la formación inadecuada a un técnico ya no puede extraerse de su cabeza y esta condicionará su forma de estructurar las soluciones frente a los problemas que se le presenten, ya que así verá desde entonces y para siempre el mundo.

En Israel se está llevando a cabo un experimento que a mí me parece interesantísimo. Aunque se sabe poco de él —ya que lo dirigen los servicios de inteligencia— creo que va justo en la línea de lo que yo apunto: no hay que buscar a la gente ya formada y después encauzarla hacia lo que necesitamos, sino escoger a la gente adecuada, darles libertad y dejar que se desarrollen espontáneamente de forma no convencional según ella crea de su interés.
Israel es uno de los países más pirateados informáticamente del mundo, su población es muy pequeña y el número de ingenieros informáticos que puede preparar también lo es. Por ello, ha decidido cambiar de estrategia y, como se suele decir ahora, “think out of the box”, esto es, pensar diferente de lo convencional. Seguro que detrás de esta estrategia que ahora voy a exponer se encuentra alguien que salió de la autoformación que antes propuse.
En vez de escoger ingenieros informáticos ya formados que trabajen para los servicios de inteligencia, en el estado israelí tienen ojeadores en los institutos y ofrecen, a aquellos alumnos que creen que reúnen ciertas condiciones, pasar a trabajar ya para ellos con el fin de resolver problemas que otros no saben ni enfocar. Aprovechan la plasticidad que todavía tiene el cerebro a esa edad y que se pierde en unos pocos años, lo demás, los conocimientos técnicos, se puede aprender en cualquier momento. Vale, ya hemos salvado el aprendizaje seleccionado, el no perder el tiempo e incluso el acceso a profesiones sin poseer título reconocido oficialmente.

Segundo punto. Somos únicos, nunca ha habido ni habrá nadie como cada uno de nosotros. Nuestra herencia genética, nuestras vivencias, nuestro aprendizaje, es singular e irrepetible. Cada persona asimila una misma situación de manera totalmente diferente y así lo podemos contrastar en las reuniones familiares, cuando varios hermanos recuerdan un mismo hecho ocurrido durante su niñez y ellos mismos se sorprenden de las diferentes perspectivas que tuvieron del suceso. Esa indeterminada mezcla de genética-ambiente hace que le demos importancia a hechos que para otros pasarían desapercibidos. Algunos de ellos marcan nuestro comportamiento e incluso nuestra forma de ver el mundo y otros quedan como un poso del que echamos mano en un momento dado. Lo mejor para clarificar este asunto es ir a casos concretos.

Si algo diferenció el proyecto “Mac” de Jobs desde el principio fue su obsesión para que el usuario pudiese escoger entre “múltiples fuentes” (para los no informáticos, esto es diferentes tipos de letras para un texto). Hoy es algo que damos por sentado, pero esto supuso en ese momento un rediseño informático y un quebradero de cabeza para los programadores. ¿Fue cabezonería de Steve?, creo firmemente que no.

Tras leer varias biografías me atrevería a decir que, para S. Jobs, era un tema nuclear. Antes de entrar en la explicación, quiero recordar que el poder elegir entre una gran variedad de tipos de letras fue una de las claves del éxito de los primeros Mac.
La explicación de esta obsesión que a la larga se demostró como elemento diferenciador para conseguir el éxito en el mercado y apuntaló el prestigio de Jobs es para mí un claro ejemplo de cómo la confluencia de vivencias, aprendizaje no reglado y objetivos empresariales se aúnan para crear proyectos que son irrepetibles.

Tengo la teoría de que fue en su viaje de juventud a Oriente donde Steve entró en contacto con la importancia que allí se le da a la escritura, sobre todo en China (como queda maravillosamente reflejada en la película “Hero” (2002) interpretada por Jet Li). La precisión de esta y la identificación con un estado de ánimo casi místico caló en él y dejó un poso. Fue ya estando en la Universidad cuando se ofertó un cursillo de caligrafía de breve duración al que Steve asistió. Y dio la casualidad de que dicho curso lo impartió un monje trapense por medio del cual descubrió esas fantásticas letras góticas de los libros medievales. Se dio cuenta de que la caligrafía reflejaba algo más de lo que aparenta y esa capacidad de elección de tipo de letra en el Mac marcó la diferencia. Sabía que lo importante (en aquellos primitivos PC) no era lo que escribías, sino cómo lo escribías. Ese era el sello personal del usuario. ¿Por qué solo él se dio cuenta de eso?

Otro ejemplo de esta influencia de lo “genético-ambiental” fue la obsesión de Jobs por la perfección mecánico-estética. Tras analizar el tema exhaustivamente, también creo haber encontrado la semilla de dicho comportamiento. Su padre adoptivo era mecánico y Steve solía ir con él a comprar piezas a desguaces con todo lo que esto supone: buscar las más adecuadas, desechar las que no valen, clasificar, incluso prever posibles futuras necesidades. Escuchaba con atención cómo su padre le explicaba la función y la importancia del perfecto encaje de cada pieza y observaba el cariño y la precisión con la que arreglaba aquellos motores de los maravillosos coches de los cincuenta y sesenta que se podían desmontar, limpiar y pulir, volver a montar y al finalizar el trabajo (en el mismo garaje de casa) parecían como nuevos con sus relucientes cromados; y al encenderlos sonaban atronadoramente poderosos.

También, cuando la familia tuvo más poder adquisitivo, se mudaron a una urbanización unifamiliar construida para una clase media que había mejorado mucho en su nivel de vida. Esta había sido diseñada por un arquitecto innovador y perfeccionista. Steve recordó —en alguna entrevista— la impresión que le causó la ingeniosa ocultación de la calefacción en el entarimado del suelo. No se veía, pero estaba allí haciendo su función.

Años más tarde, ese poso afloró en la estructura y disposición interior del iPhone. Steve aleccionó a sus diseñadores para que cuando un operario abriese un aparato diseñado por él, se sintiese orgulloso de estar reparando una obra de arte y además que el dispositivo fuese lo más delgado posible. Ante la renuencia de los diseñadores de no poder lograrlo, se cuenta que Jobs metió el teléfono en una pecera y al salir burbujas del aparato Steve exclamó: ¿Veis?, ahí dentro hay aire y por tanto sobra espacio. Eso es pensar diferente. El poso afloró. No había exigido ninguna locura. Él sabía que podía hacerse porque lo había visto.

El caso de Amancio Ortega es justo el contrario (en su caso en muy difícil acceder a datos de su biografía porque no concede entrevistas), pero tras investigar el asunto, creo que el hecho que cambió su vida fue cuando de niño presenció cómo le negaban crédito a su madre en una tienda.

Estos son dos ejemplos claros de sucesos aparentemente nimios pero profundamente impactantes y casi siempre inconexos que determinaron de una manera subconsciente la creación temprana de una forma de ver la realidad que sale a la luz años después para tener una perspectiva diferente de un problema. Nuestra manera de afrontar las dificultades viene determinada por nuestra historia. Recopilemos: Autoenseñanza no dirigida y habilidad para repescar y aprovechar positivamente aquellos acontecimientos de nuestra vida que nos marcaron en lo bueno o en lo malo y utilizarlos para afrontar una situación diferente y... enfocarse.
Es probablemente lo más difícil, porque depende enteramente de nosotros y la tendencia del ser humano es: o bien a dispersarse en sus actividades o a la compulsión temporal durante un breve periodo. Lo más difícil es tener un objetivo claro y fijo y mantenerlo constante en el tiempo. Es evidente que para enfocarse hay que saber en qué. Buscarlo no es el tema de este artículo, pero en algún otro lo tocaré.

Tercer punto. Combinar estas tres cosas no solo es altamente improbable que ocurra de manera natural, también es imposible juntarlas deliberadamente porque ni siquiera sabemos exactamente los elementos precisos que necesitaremos para cada individuo y para cada objetivo concreto. Tenemos solo un vago indicio que, como mucho, podemos asegurar que funciona algunas veces. Incluso existen modas que hacen destacar métodos contradictorios para lograr las mismas metas. ¿Cómo sistematizar algo así?

Si ensamblar los elementos tangibles, materiales, para construir una fábrica es una labor hercúlea, introducir elementos ignotos en dosis desconocidas en una mente humana es imposible. Ni el más osado seguidor del padre del conductismo (John B. Watson) se atrevería a intentarlo. Una pregunta que podemos hacernos es: ¿Serían tan innovadores, tan geniales, estos personajes en otros campos distintos a aquel en el que destacaron? Yo creo que sí. Y mis argumentos para tal afirmación son que S. Jobs también revolucionó la animación y cambió la industria de la música, entre otras cosas. Y, aunque no sea conocido, a Amancio Ortega le encanta la arquitectura, siempre participó en el diseño y reforma de sus tiendas y siempre elegía en persona la ubicación de los locales donde las abría. Para mí, ahora está muy claro: fíjense en los edificios que compra cada vez que Inditex reparte beneficios. En su mente creo que siempre estuvo el negocio inmobiliario, aunque las circunstancias lo llevaron a revolucionar un sector que existe desde que nuestros primeros ancestros se cubrieron con una piel de animal.